Acacio
Puig
Se aproxima la ristra de
envites electorales de abril y mayo de 2019 y los rojos seguimos siendo rehenes electorales en esta comunidad de
la España profunda y despoblada.
La ley d’Hont –cuya
derogación siempre es motivo de lucimiento retórico parlamentario, pero no de
iniciativas transformadoras desde la acción social directa- y las
circunscripciones provinciales, amordazan nuestro voto y nos niega una libertad
de opción que solo garantizaría la proporcionalidad estricta: una más de las
trampas incluidas en la gobernanza y por
ende, en aquel atado y bien atado herencia de la dictadura.
Nuestro
territorio ha sido históricamente región de emigración y
despoblamiento; también de caciquismo y hegemonía conservadora. A lo largo del
siglo XIX terratenientes e iglesia católica taponaron aquí la Revolución
Industrial como medio de impedir el
anclaje de clase obrera y el consiguiente desarrollo organizativo-sindical. El
catecismo ideológico conservador se aplicó a raja tabla: si la urbanización y
la industria eran motores de la lucha de clases, lo rentable para aristocracia
y oligarquías agrarias sería obstaculizarlas al máximo.