sábado, 20 de abril de 2019

JULIO ÁLVAREZ DEL VAYO, Carmen Martínez Brugera


JULIO ÁLVAREZ DEL VAYO, MINISTRO DE ESTADO DE LA II REPÚBLICA
Carmen Martínez Brugera*. LQS. Abril 2019



En el mes de septiembre de 1936, la situación de la República era angustiosa. Las potencias democráticas, Francia e Inglaterra, le habían bloqueado las cuentas en el extranjero, le negaron el derecho a comprar armas y prohibieron vendérselas al resto de países. Por el contrario, los sublevados estaban recibiendo armamento de Alemania e Italia desde la semana siguiente del golpe.
El Gobierno tuvo que recurrir al mercado negro y a aceptar las escasas armas que con muchas dificultades le llegaban de México. Mientras tanto, la Unión Soviética seguía sopesando los pros y los contras de las consecuencias de su intervención. Azaña daba la guerra por perdida y los acontecimientos parecían darle la razón.

En esta coyuntura, Julio Álvarez del Vayo acepta el cargo de ministro de Estado, que era como se llamaba entonces el Ministerio de Asuntos Exteriores, regresa a España y se propone dar una proyección internacional a la guerra de España utilizando la Sociedad de Naciones (SDN) como altavoz. Era necesario denunciar en un organismo internacional y ante la opinión pública el acoso y la indefensión al que estaba siendo sometido un gobierno democrático.
Álvarez del Vayo era más conocido en el extranjero que dentro de España. Militaba en el ala caballerista del Partido Socialista y fue, durante muchos años, amigo personal de Largo Caballero. Licenciado en derecho, hablaba correctamente varios idiomas y había sido corresponsal en distintos diarios desde los que cubrió la Primera Guerra Mundial. En su recorrido por Europa había conocido a los líderes políticos Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht y visitado la URSS. Fue embajador en México durante el primer bienio republicano y cronista en la SDN. Precisamente con motivo de su nombramiento como ministro de Estado, la Asociación de Periodistas acreditados en la SDN le despidió con una cena homenaje el 22 de septiembre.
Al tomar posesión de su cargo comprobó que sólo el diez por ciento del cuerpo diplomático seguía fiel a la República. Discrepó con su antecesor, Augusto Barcia, en dos cuestiones importantes que tendrían una gran trascendencia posteriormente. La primera de ellas era haber aceptado en nombre del Gobierno, el Comité de No Intervención; la segunda, la manera en que había gestionado el asilo político en las embajadas en Madrid, que él creyó excesivamente tolerante y que supusieron un quebradero de cabeza para la diplomacia española por la gran cantidad de refugiados, cuando no un nido de quintacolumnistas.
El Comité de No Intervención fue una trampa de las potencias democráticas y, según palabras de Álvarez del Vayo, su aceptación por parte de la República un error político muy grave, porque “habíamos abandonado nuestro derecho legal a comprar armas para nuestra defensa”.
Este Comité fue creado por iniciativa del Reino Unido y arrastró con él a Francia a principios de agosto. Su principal objetivo era evitar que la guerra de España se discutiera en su lugar natural, la Sociedad de Naciones, organismo creado al final de la Primera Guerra Mundial para resolver los problemas de los países miembros de manera pacífica y velar por la seguridad colectiva.
El empeño de las potencias aliadas era impedir a toda costa que la cuestión española fuera debatida en el seno de la SDN para evitar su repercusión mediática. De esta manera la guerra de España se trataría, a puerta cerrada en este Comité llamado de No Intervención, con sede en Londres, formado por Francia, Gran Bretaña, Italia y Alemania, del que estaba excluida España, y al que posteriormente se integraría la URSS porque finalmente valoró que estaba en juego su prestigio como potencia europea y que, como país referente de la revolución socialista, así se lo demandaban los internacionalistas revolucionarios de todo el mundo.
El argumento era que la guerra era un asunto interno entre españoles, una guerra civil, y por eso no había motivo para plantearlo en un organismo internacional a plena luz. La política de sometimiento, conocida como apaciguamiento, hacia las potencias fascistas, sobre todo hacia Alemania, era cada vez más evidente, pero también contaba la aversión y los prejuicios del gobierno británico hacia la República española a la que veía como un régimen revolucionario.
Para Francia primaba más el miedo a que la guerra se extendiera fuera de las fronteras españolas, y también la advertencia del gobierno británico de que si, por su imprudencia, el país galo fuera atacado por las potencias fascistas, Gran Bretaña se inhibiría.
La primera tarea de Álvarez del Vayo fue poner la cuestión española en el orden del día de la SDN. La misma existencia del Comité de No Intervención demostraba, según afirmaba el ministro de Estado español, que dicho conflicto era un asunto internacional y no doméstico.
El discurso de Álvarez del Vayo fue directo y contundente, sus míticas palabras resuenan todavía en los anales de la diplomacia europea
La delegación española a la Asamblea de la SDN que iba a celebrarse a mediados de septiembre, fue escrupulosamente elegida entre profesionales de reconocido prestigio y de ideas más bien moderadas. Se trataba de desmontar ante el organismo internacional la falsa creencia de que el Gobierno estaba formado por gente inculta y desharrapada. Al cargo de todos ellos, el ministro de Estado y primer delegado, Julio Álvarez del Vayo. Además fueron nombrados: Pablo de Azcárate, institucionista, embajador en Londres que contaba con una gran experiencia como funcionario en la SDN; el antiguo ministro de Justicia y de Instrucción Pública, Fernando de los Ríos; el republicano conservador y católico Ángel Ossorio y Gallardo, embajador en Bruselas; el jurista y padre de la Constitución republicana, Luis Jiménez de Asúa; la diplomática y embajadora de los países Nórdicos, Isabel de Oyarzábal; Antonio Fabra, adjunto a la OIT y futuro embajador de Berna; Carlos Esplá, periodista y secretario del Consejo de ministros. La única persona que estaba fuera de lugar en esta delegación, era el dramaturgo y director de teatro Cipriano Rivas Cherif, que había sido nombrado, a dedo, cónsul general de Ginebra y secretario de la delegación por su cuñado, el presidente Azaña, y que carecía de experiencia diplomática y creó más de un problema a los diplomáticos españoles.
El resultado de la Asamblea no tuvo consecuencias prácticas favorables para los representantes españoles, lo que supuso una gran decepción para algunos de ellos.
El 18 de noviembre se produce el reconocimiento de Franco por parte de Italia y Alemania, lo que motivó que Álvarez del Vayo solicitase una reunión extraordinaria del Consejo de la SDN, en virtud del artículo 11 del Pacto, para que se revisase el caso de España.
La reunión tuvo lugar el 11 de diciembre pese a las opiniones en contra, incluida la del diplomático soviético, Litvinov, Comisario del pueblo para Asuntos Exteriores, que la desaconsejó porque no veía nada positivo para el gobierno español y sí un desgaste de la SDN. Pero los representantes españoles insistieron en que se hiciera. En este momento tan crítico, el que se celebrase la reunión del Consejo era en sí mismo un triunfo propagandístico y un altavoz de resonancia para dar a conocer su situación a la opinión pública mundial.
A ella no acudieron los titulares de los países representados sino los subsecretarios, en un claro gesto despreciativo hacia el país solicitante y como manera de restar solemnidad al acto. El discurso de Álvarez del Vayo fue directo y contundente, sus míticas palabras resuenan todavía en los anales de la diplomacia europea:
Los campos ensangrentados de España son ya, de hecho, los campos de batalla de la guerra mundial. Esta lucha, una vez comenzada, se transformó inmediatamente en una cuestión internacional. El agresor ha recibido –esto es una realidad incontestable– una ayuda moral y material de los Estados cuyo régimen político coincide con aquél al que aspiran los rebeldes.(…)
Hablo aquí ante una asamblea de hombres de Estado, de hombres de gobierno, sobre cuyas espaldas pesa la responsabilidad del bienestar y del orden en su país. ¿Cuál de entre ellos no comprenderá que nosotros, hombres responsables del porvenir de España, del porvenir del pueblo español, de todo el pueblo español, no interpretamos eso que se llama “no intervención” más que como una política de intervención en perjuicio del Gobierno constitucional y responsable? (…)
La monstruosidad jurídica de la fórmula de “no intervención” salta a la vista. Pone en el mismo plano, como lo he dicho, al gobierno legítimo de mi país y a los rebeldes, a los que todo gobierno digno de tal nombre tiene, no solamente el derecho, sino el deber de dominar y de sancionar.(…)
Prohibir, por el contrario, la exportación del material de guerra a un gobierno legítimo es privarlo de los elementos indispensables para asegurar el orden público en el interior del país, sin hablar del ataque a las relaciones comerciales normales que constituye el prohibir el envío de material de guerra a un gobierno legal. (…)
En la práctica, lo que se llama la “no intervención” se traduce por una intervención efectiva, directa y positiva a favor de los rebeldes.(…)
Hizo especial hincapié en el aspecto internacional, algo que ya no se podía ocultar después del reconocimiento de Franco por parte de Alemania e Italia. Destacó que “la cuestión española no es una simple manifestación de la lucha entre el comunismo y el fascismo, sino una agresión fascista, para impedir la democratización del régimen político español”. Y reafirmó “el compromiso de la República con los principios fundamentales del Pacto de la Sociedad de Naciones, los cuales ya habían sido incorporados a su Constitución misma”.
Le contestaron los delegados británico y francés en el tono que ya se esperaba: “que había que reconducir el tema al Comité de No Intervención y evitar que la guerra se extendiese por el continente europeo”. El delegado soviético, Litvinov, salió en defensa de la República argumentando “la legitimidad de lo demandado por Álvarez del Vayo” y afirmando que “la ayuda al gobierno legítimo de España no constituía una injerencia en los asuntos internos de un país ni contravenía los estatutos de la SDN”.
En el mes de marzo, tuvo lugar la victoria republicana en Guadalajara, que con el tiempo se recordaría como la primera derrota del fascismo en el campo de batalla en todo el mundo. El Gobierno de la República elevó una protesta ante la SDN con motivo de la violación del artículo 10 del Pacto por parte de Italia. En él se decía que “la enorme cantidad de prisioneros italianos capturados durante la batalla de Guadalajara demostraba de una manera incontrovertible la presencia de unidades militares regulares del ejército italiano”. La no intervención era pues una completa farsa y el Comité de Londres perdía cualquier razón de ser. Había llegado la hora de que las potencias democráticas restableciesen el libre comercio con la España republicana.
Álvarez del Vayo presentó en la sede de la SDN un Libro Blanco elaborado por la embajada española en Washington compuesto de centenares de documentos recopilados en el frente de Guadalajara. Eran la evidencia irrefutable que tanto había demandado la diplomacia franco-británica. No sirvió para modificar la actitud con la República pero tuvo una enorme repercusión en todo el mundo y a partir de entonces la opinión pública internacional pasó a asumir que la Guerra de España no era sólo un enfrentamiento civil sino también una guerra a mayor escala.
El 17 de mayo, Largo Caballero es sustituido por otro socialista, esta vez de la línea prietista, el catedrático de la Universidad Central de Madrid, Juan Negrín. A su vez, José Giral reemplazó a Álvarez del Vayo como ministro de Estado, aunque este continuó trabajando en la comisión encargada de la SDN y siguió siendo el rostro español en Ginebra hasta el final de la guerra. Aprovechó también este periodo para centrar sus energías como Comisario General del ejército y en poner un poco de orden en el tema de las embajadas y legaciones extranjeras en Madrid.
Cuando, en abril de 1938, regresa a la primera línea de la diplomacia, muchas cosas habían cambiado. La República iba perdiendo la guerra, el frente norte estaba en manos franquistas y los submarinos italianos acosaban y atacaban continuamente a los barcos españoles. La llegada de las armas ya solo sería posible por la frontera francesa que se abría y se cerraba intermitentemente. En plena batalla del Ebro, la última ofensiva importante de la República, el Gobierno francés decidió cerrarla, quedando las últimas remesas de armamento soviético retenido en la frontera. Negrín estaba cada vez más aislado; solo un pequeño grupo de colaboradores republicanos y socialistas le apoyaba, además de la ayuda incondicional del partido comunista.
En el ámbito internacional, la SDN estaba cada vez más desprestigiada, la diplomacia franco-británica resolvía los conflictos internacionales en comisiones aparte, como hizo en la Conferencia de Nyon, y seguía sin sancionar la agresión japonesa de Manchuria, la remilitarización de Renania o la invasión italiana de Abisinia. La Asamblea de la SDN en septiembre de 1937, en la que tantas esperanzas había depositado la política exterior republicana, supuso una nueva decepción. A partir de ese momento ya nadie confió más en ella. Las únicas esperanzas se pusieron en que estallara cuanto antes la guerra mundial que ya se consideraba inevitable.
Y es precisamente en abril de 1938, cuando Negrín sorprende a la opinión pública con una programa estratégico moderado, Los Trece Puntos, dirigido más bien hacia el exterior, para buscar apoyos internacionales que viene a resumirse en un único punto: buscar una paz negociada en la que no hubiera represalias.
Entre el 9 y el 14 de mayo tuvo lugar la 101ª sesión del Consejo de la SDN. Tomó la palabra Álvarez del Vayo aunque para entonces ya no tenía ninguna confianza en que su discurso cambiase nada. Allí coincidió por primera vez con el representante de China, Wellington Koo y con el negus de Abisinia, Haile Salassie, que, al igual que Álvarez del Vayo, habían acudido a la SDN a denunciar las agresiones de que habían sido objeto por parte de Japón e Italia, respectivamente.
El 12 de septiembre dio comienzo la XIX Asamblea de la SDN. En su discurso, Álvarez del Vayo constató el fracaso de la política de no intervención, denunció las agresiones sufridas por varios países miembros de la SDN e hizo un último llamamiento a la defensa del Pacto. Unos días después, Negrín anunció por sorpresa la retirada unilateral de las Brigadas Internacionales. Fue una noticia bien acogida por los países presentes pero incomprendida en España, y si el Gobierno creía que las democracias presionarían a Italia y Alemania para que hicieran lo mismo, no podía estar más equivocado.
Además las preocupaciones franco-británicas estaban ya en Checoslovaquia. El día 30, un patético Chamberlain mostraba en la misma escalerilla del avión que le traía de vuelta, un papel que agitaba nerviosamente con la firma de Hitler que supuestamente garantizaba la paz. Este Tratado de Múnich supuso un respiro para la opinión pública aliada, pero fue una mala noticia para España porque retrasaba el inicio del conflicto europeo y acababa con las esperanzas de que la guerra de España enlazara con él.
Finalmente la guerra acabaría de la peor manera posible, el golpe de Casado interrumpió todos los planes de resistencia y de una evacuación ordenada previstos por Negrín, provocando la desunión y los reproches entre los partidos y fuerzas vencidas que mantuvieron durante todos los años del exilio. Con estos mimbres, reorganizar de manera unitaria una oposición realista a la dictadura franquista se convirtió en una misión imposible.

* Licenciada en Historia Contemporánea y autora de “Robledo de Chavela 1931-1945. Desaparecidos, asesinados, detenidos y depurados”. El Garaje Ediciones

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