domingo, 30 de octubre de 2016

ARTÍCULO LIGERO. Albert Walden



Según el sentido común de la teoría política, una de las más apreciadas virtudes de las democracias avanzadas y participativas resulta que es la capacidad de estas para corregir los desvíos o perversiones que el ejercicio del poder acaba acarreando en mayor o menor medida, esta singularidad viene dada por algo tan simple y, a la vez, tan fundamental como es el ejercicio de decisión ciudadana en las elecciones periódicas; con  ello el sistema se depura. En el mandato ciudadano se supone que debe estar el contrapunto que reorganizará el reparto del poder, castigando necesariamente tanto a quién no haya demostrado capacidad de buen gobierno, como a quien haya osado no mantener una conducta ética o moral mínimamente exigible en la “cosa pública” (las elecciones no las gana la oposición, sino que las pierde el gobierno)
Más allá de la teoría se puede comprobar  el mecanismo en suficientes casos de nuestro entorno, es una realidad que suele funcionar casi automáticamente – naturalmente con los límites impuestos por los intereses de los poderes fácticos del sistema - y, por lo tanto, a parte de esto último,  no requiere la cuestión un debate extraordinario en cuanto a su  conveniencia.
Es en las ocasiones en que, dadas unas condiciones normales de desarrollo socio-culturales, y en un ámbito homologado democráticamente, esta especie de reajuste “termostático” falla por alguna razón, entonces sí es cuando se debe hacer un análisis para comprender la excepcionalidad que ocurre. Entiendo que situaciones de este tipo bien podrían ser  - para ilustrar con un par de ellas -  todo lo que ha supuesto el PRI mejicano o la turbulenta crónica de la política italiana en la segunda mitad del siglo XX.
Claro, están también las reincidentes tormentas que vienen ocurriendo en la política de nuestra amada nación desde que ese sistema de democracia desarrollada se pactó, y que adquieren “categoría 5” en el último año. Por pillarme más a mano e “irme en ello más los cuartos” deseo cabrearme, en la medida que pueda, por esta anormalidad en concreto.
 Un comentario de moda entre el tertulianismo actual, que se ha convertido en uno de esos asensos adecuados para consumir por la opinión pública  (con lo que esto tiene de contrasentido), y que parecen descubrir algo revolucionario es el repetir de forma salmodiante: “En España la corrupción no pasa factura”, lo que ya no sé es si todo el mundo lo dice alarmado y escandalizado, o los hay que lo dicen con orgullo patrio. 
Las estadísticas a mediados de 2014 eran demoledoras; 1700 causas abiertas, más de 500 imputados y un repertorio del santoral judicial  de lo más repartido. Empezando por la jefatura del estado: Noós-Gürtel-ERES-Bárcenas-Black- Pujol-Púnica- ITV- Pokemon- Palau- Palma Arena…
Esta cadena es la de primer nivel, luego están la de los Ayuntamientos, Consejerías, Diputaciones, Empresas públicas…;  y de ahí para abajo toda la golfería de tercera división y categorías de aficionados.
Bien, pues lo que conecta todo ello no es solo el poco respeto de la clase política por los intereses comunes, también podemos observar la paradoja de los repetidos triunfos electorales en el entorno de la gran corrupción. Pongamos que hablo de la España del  indiferente Mariano, de la Andalucía de la “Lozana Andaluza”, de la Cataluña del “Honorable President”, y si te vas para los otros niveles  te encuentras  con las “confesiones valencianas” donde se delata la idea que algunos tienen del respetable; Sr. Rus ex de Xátiva: “Dije que traería la playa y me votaron. ¡Serán burros!”, la franqueza pillada de la Sra. Alcón: “Yo les tenía que hacer una transferencia ilegal para blanquear dinero, vamos, corrupción política total”; en fin, perlas de la “Taula”, y otras curiosidades como la del ex de Valdemoro, Sr. Moreno: “Estoy tocándome los huevos, que para eso me hice diputado”. 
Con esta actualidad como muestra, ¿cómo no pensar que continúa siendo la acción política en la democracia española actual, la heredera de lo más genuino de la “reaccionismo” clientelista del XIX y de la parálisis oligofrénica del XX?
Evidentemente no puedo afirmar que la sociedad española apoya unánimemente tal situación, pero dado que las mayorías lo procuran, y las mayorías otorgan poder decisorio generando el carácter de una nación, creo que nos lo tendríamos que mirar, máxime cuando, por otro lado, resulta que es la corrupción, según  el barómetro del CIS, la segunda causa de preocupación para casi la mitad de los españoles. Curioso resultado de las encuestas de estos mismos españoles que aúpan  al poder a los causantes de sus intranquilidades.
Por apuntar algunas  causas de este sarcasmo; a la vieja tradición de la picaresca española habría que añadir la escasa capacidad  organizativa del “régimen del 78”, donde la separación de poderes está claramente pervertida, incrementada además con una deficiente dotación  presupuestaria de la administración de justicia, lo que ha hecho crear una sensación de impunidad que se viene arrastrando desde el principio. Por supuesto, no hay que olvidar que la política española – en sus  distintos niveles -  siempre ha estado llena de ese tipo aventurero que hace de la cosa pública derecho empresarial regido por sus codicias  y sus ambiciones,  (el saqueo se justifica por el tradicional saqueo); así las instituciones del estado acaban instrumentalizadas dentro de las diferentes estrategias cruzadas.
Bien podría ser también causa de semejantes resultados electorales las sospechas de manipulación, como por ejemplo las que ha manifestado la ”Asociación Convocatoria Cívica” de Baltasar Garzón que ha empezado por pedir explicaciones al Ministerio del Interior por ciertos datos erróneos en las elecciones del 20D, así como irregularidades en los censos.
De  cualquier modo el problema es profundo, somos como colectivo una sociedad acostumbrada y educada subconscientemente para aprovecharnos de las “oportunidades”, y admirar a los que lo hacen como maestros. Cuando nos roban lo público, no nos sentimos perjudicados especialmente, idiosincrasia nacional que – como he dicho – merecería un estudio sociopolítico a fondo.
¿Las consecuencias?, llegado el nivel de degeneración y de incompetencia, el sistema se vuelve ingobernable debido a las variables  en cascada que pueden ocurrir; y seguidamente torna distópico. Entonces las soluciones o salidas suelen ser chapuceras y acarrear situaciones latentes que complicarán los problemas futuros.


1 comentario:

  1. Amigo Walden, escribes "¿Las consecuencias?, llegado el nivel de degeneración y de incompetencia, el sistema se vuelve ingobernable"...y estoy muy muy de acuerdo.
    Siempre me hizo amarga gracia aquello de la anarquía histórica de los españoles que les adjudicaba el calificativo de ingobernables. Y nunca lo creí.
    España ha sido reino de déspotas y siervos durante siglos y contadas excepciones que confirman la regla.
    El "viva las caenas" con que el buen pueblo defendió la monarquía absoluta de Fernando VII, constituye una seña de identidad que es dificil camuflar.
    ¿Hay peor callejon sin salida que la "ingobernabilidad" por "degeneración e incompetencia" del modelo que cacarean nuestros históricos patriotas?

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