viernes, 15 de julio de 2016

BREVE VAREADO a la DEMOCRACIA



(Albert Walden)
                   
Existen ciertas palabras destinadas a representar inacabables desarrollos teóricos, analíticos, pragmáticos, etc., en las más diversas disciplinas del conocimiento social o de la acción política, e incluso  - y esto es lo más general -  pueden llegar a contener  el patrimonio afectivo y emocional del sentido de pertenencia. Normalmente estos tipos de conceptos hacen referencia a incuestionables principios que son aceptados con un apriorismo consensual que llega a ser muchas veces saturante para la propia autonomía reflexiva del individuo. Su cuestionamiento y, algunas veces, su crítica pueden  acarrear curiosas descalificaciones, fóbicas hostilidades o acusadoras anatemizaciones  que  probablemente conllevarán la condena al ostracismo  en el “lado oscuro” de la opinión pública de turno.  Demostraciones todas de que tales conceptos, ideas, teorías o simplemente pareceres dividen el mundo entre “lo bueno” y lo peor que lo malo, visión demasiado torpe para que eso suceda así realmente.
Más allá de sus ventajas y defectos - cuestiones ambas coyunturales y dinámicas -el ordenamiento social que se da en nombrar democracia es una de esas palabras a las que me quiero referir, otras bien pudieran ser fe, patria, raza, religión, libertad, etc.
Cuando uno mismo confiesa públicamente, no solamente su impiedad democrática, sino sus aporías respecto a las virtudes que dice representar dicho sistema de dominio, a demasiados les parece que más que estar intentando desarrollar una refutación respecto a ella, está - un servidor - haciendo una declaración de afinidad “dictatorializadora”, debe ser por aquello de la asociación automática de conceptos, generalidades y miedos; una especie de “re-totum revolutum” donde la democracia - cual un nuevo Godot - lo naturalizara todo finalmente y todo lo hiciera entrañablemente cotidiano y aguardable.
Sí, la afirmación de declararse no demócrata provoca en muchos la mismita reacción que provocaba en otros, hace no demasiados años, manifestar una vocación ateísta; el asombro, el espanto o hasta la deducción inmediata de una perversión intrínseca afloran ahora igual que afloraban antaño en esa pregunta retomada entre inquiridora, despreciativa y precontestada del ¿Entonces tú que coño eres, en que  crees?
Bueno, afortunadamente – de igual modo que existen para cualquier creencia en palabra revelada inacabables alternativas donde depositar no solo la fe, sino también la razón adoctrinada - para abordar las virtudes y vergüenzas de algo tan holístico como quiere ser la democracia - al margen de su autohomologación exclusiva como contrapunto a la cruel historia del instinto de dominio social – existe aún la capacidad de reflexión, comunicación y crítica  que puede desarrollar el individuo en su relación con otros.
Dialécticas fundamentales como el desasosiego ético, la medida epistemológica,  el compromiso de la justicia; en fin, aquellas cuestiones que en puridad no se deberían estandarizar, ni especializar (sic) en el individuo, se hacen impregnar de sentido democrático para así homologar su pedigrí  en una especie de placebo político que – como ya digo – se obsesiona con el proselitismo.
Las democracias avanzadas del todocapitalismo triunfante, las perfeccionadas democracias  behavioristas estructuradas en torno al ideal publicitario del bienestar-felicidad; las novísimas democracias tecnoshow; las garantistas que garantizan la pasividad de los mansos participantes, o cualquier otra que la imaginación estratégica pueda ofertar fueron descubiertas al fin por el despotilla, otrora cortacabezas, y curiosamente nimbado ahora con el carisma de la credibilidad mediática; nuevos tiempos, nuevos líderes.
Luego están esas cuasidemocracias, en muchos casos aliadas y patrocinadas por las anteriores que requieren  unas tragaderas más amplías para ser justificadas por los teóricos panegiristas del absoluto democrático, esas vinculadas furtivamente a los intereses de los bloques hegemónicos.
Otra duda que siempre me ronda es aquella de que  ¿la democracia trae la prosperidad económica? o ¿es la prosperidad la que permite regímenes mas tolerantes?, cuestión esta que se puede responder con el argumento de que la relación entre ambas situaciones es una correlación de retroalimentación sinérgica; aunque esto parezca una posibilidad real a mi me parece algo excesivamente teórico, y cierto en pocos casos históricos; frustrante, pues si al fin de cuentas todo es una cuestión de nivel de vida, su cuerpo teórico es puro diletantismo.
De todos modos, yo personalmente me conformaría con un ordenamiento social que garantizara los derechos individuales y colectivos fundamentales, la dignidad de todas las personas, que respetara la oportunidad del individuo en su pugna con la masa, que lo garantizara de una manera inalienable, y no como mera declaración de intenciones constitucionales sujeta al devenir de ciertos imperativos categóricos; dejando la cuestión de mi libertad o de mi esclavitud a mi consideración ética y personal. 
Podría seguir con la reflexión, pues como apunté al principio ninguna afirmación se puede dar nunca por concluida, pero de momento sirve con lo conjeturado; aunque siempre quedará aquella fórmula recurrente y estéril que mantiene que la democracia es lo menos malo conocido, y el ánimo voluntarioso de hacer esta  día a día.
    


No hay comentarios:

Publicar un comentario